Ripollés o la honradez del artista

Fuera de los grandes circuitos artísticos, de los grandes eventos escultóricos y pictóricos, de las grandes exposiciones mediáticas, existen numerosos creadores y artistas que, si bien son conocidos y reconocidos, prefieren permanecer al margen del gran foco mediático y de los grandes reconocimientos multitudinarios, no porque no lo merezcan, sino porque no lo quieren. Tal es el caso de Juan García Ripollés, también conocido como “Ripo”, “Beato Ripo” o, sencillamente, “Ripollés”.

Efectivamente, este tipo de artistas suele pasar desapercibido para el gran público, para los grandes medios de comunicación, recibiendo incluso el desprecio por ignorados de críticos y pares del mundillo del arte, éstos sí consagrados por obra y gracia de esos círculos cerrados y endogámicos del mundo del arte que sólo permiten el acceso a éste a quienes responden a determinado perfil y estilo, encumbrándolos hasta los cielos del arte a través de los grandes medios de comunicación de masas.

Así, se trata de artistas y creadores que, ocultos para el gran público, sin embargo trabajan en silencio para crear obras de una belleza y originalidad que sorprenden a quien por primera vez las descubren, abriendo al espectador un universo de creatividad ausente de artificialidad, una artificialidad que hoy día, muchas veces, coincide con lo que comúnmente se reconoce como “originalidad”.

Y es que podemos decir que existen dos clases de “originalidad”: la originalidad oficial y la que descubre uno mismo. La primera se correspondería con lo que los grandes circuitos del arte valoran, los que los grandes circuitos del arte pueden medir económicamente y que, por tanto, ofrecen en los mercados del arte al gran público con la complicidad publicitaria de los grandes medios de comunicación.

La segunda sería aquella que permanece oculta al gran público, alejada de los grandes circuitos del arte y que, por tanto, se descubre casi por casualidad, como un tesoro que deslumbra al observador que, como individuo, alejado de las grandes masas, lejos de los grandes museos de arte moderno, disfruta de un universo creador diferente, singular, único e inconfundible a modo de huella digital que identifica al artista, el cual se muestra pleno, en toda su expresión creadora, sincero, honrado consigo mismo y, por tanto, con quien descubre su obra.

A esto mismo se refiere Ripollés cuando afirma que la “originalidad” como se entiende hoy por la mayoría de quienes se mueven por los tabernáculos mayoritarios del arte no es una expresión de sinceridad, de honradez. Efectivamente, Ripollés considera que la “originalidad” nace de uno mismo, de la expresión sincera del artista, del universo interior de cada uno, sin adscribirse a corrientes artísticas que constriñen la creatividad y que modelan y limitan el ingenio del creador.

La “originalidad” bien entendida ha de nacer de la honradez del artista, expresión de sus sentimientos como creador, sentimientos que se mueven en un desorden de estilos, en un corolario de corrientes artísticas que, dando rienda suelta a las mismas, dan como resultado al verdadero arte, a la verdadera expresión del artista, una expresión sincera que se ve recompensada, no con la fama, sino con el cariño de quienes agradecen al artista así entendido el haberles descubierto el verdadero universo creador artístico.

Obviamente, no todos tienen la capacidad de crear desde el interior como lo hace Ripollés, ya que se necesita para ello una filosofía de vida, una limpieza de espíritu que muy pocos alcanzan; como Rilke dice, “la madurez es la plenitud de la infancia”, algo que Ripollés comparte completamente y predica día a día con su forma de ser y de crear, una filosofía que le permite conservar esa limpieza de espíritu y de alma que se refleja en su obra.

Efectivamente, Ripollés es limpio de espíritu, sencillo, cercano, directo, honrado en definitiva; Ripollés es un artista al que te puedes aproximar para hablar con él sobre cualquier tema, para pedirle un autógrafo, para hablar de arte, o, sencillamente, para hablar de la mejor forma de cultivar un huerto. Sí, de cultivar un huerto, ya que Ripollés es tan sencillo que vive alejado del mundanal ruido, en plena naturaleza, cuidando de su huerto y cultivando sus propias verduras, cuidando sus propios animales, un estilo de vida que nos muestra a un hombre con los pies en el suelo, cabal, que no entiende el arte como el estrambote constante y que reconoce la verdad esté donde esté, tenga la ideología que tenga y venga de quien venga.

Ni de derechas ni de izquierdas, Ripollés es un artista comprometido con el arte y con el Ser Humano exclusivamente, lo que le proporciona la libertad de la que otros muchos carecen, precisamente por ese compromiso. Lógico, honrado, cabal, Ripollés ha ido moldeando su personalidad desde que naciera en 1932 en Castellón, nacimiento que marcó la muerte de su madre a consecuencia del parto cuando su hermano gemelo intentaba seguirle a la llegada a este Mundo; ese momento, quizás marcó el resto de su vida y, por ende, de su forma de ser y de su arte, ya que Ripollés ha vivido en una búsqueda constante del cariño y del amor, algo que, como él afirma, es mucho mejor que cualquier medicina.

Ahí podemos encontrar la clave para entender su arte, la necesidad de expresar sus sentimientos a través de la creación artística, de una forma libre y honrada consigo mismo, sin ataduras formales ni de convenciones sociales, dando ello como resultado toda una vida de creatividad artística llena de luz, de color, variada en formas y estilos que no son más que la expresión de todo Ser Humano, rico en matices y detalles, sin absolutismos estilísticos ni formales que permiten a Ripollés crear lo que le plazca sin adscribirse a ninguna generación concreta, a ningún estilo ni a ninguna ideología.

A primera vista, Ripollés nos puede parecer un artista histriónico más, que más que a crear se dedica a dar la nota. Efectivamente, el peculiar atuendo que siempre lleva Ripollés, con su característico pañuelo en la cabeza anudado al más puro estilo agrícola, coronado por los dos cuernecitos que siempre lo acompañan, sazonado todo ello por la sempiterna ramita de romero entre los dientes que luce el artista, podría hacernos pensar lo indicado.

Sin embargo, cuando nos acercamos a la persona de Ripollés descubrimos que ese atuendo no es más que una manifestación de su espíritu libre, sin ataduras, expersión de un interior que se nos descubre inmediatamente mostrándonos a un hombre bueno, sencillo y cercano, una forma de ser muy alejada del “divo” que podríamos creer a primera vista, ya que cuando nos aproximamos a Ripollés descubrimos un fondo humano muy alejado del tópico, algo que, desde luego, se refleja en su obra, consecuencia de su trayectoria vital.

Ripollés, tras el trágico acontecimiento vital de la pérdida de su madre al nacer su hermano gemelo, vive su más tierna infancia en plena Guerra Civil y, después, en plena posguerra; “una vida de niño, sin tiempo de ser niño” en palabras del propio Ripollés. La miseria de la España de posquerra le obligará a trabajar muy pronto, a los 11 años, como aprendiz en una empresa de pintura industrial, experiencias que evocarán recuerdos al artista similares a las evocaciones que las “Pinturas Negras” de Goya transmiten, la primera huella que se imprimirá en el corazón del artista, una huella que, sin embargo, quedará atenuada por el amor de aquel niño por la naturaleza y su disfrute en soledad, válvula de escape colorista de una realidad gris y tenebrosa.

Y decimos soledad porque Ripollés ha ido modelando su expresividad artística desde el disfrute de la soledad, saboreando esos silencios que tanto se echan de menos hoy y que permiten al hombre reencontrarse consigo mismo, ser libre y formar su propia personalidad, una personalidad cuyo reflejo encaminó el joven Ripollés hacia la expresión artística, a través de pequeñas figuras de barro que él mismo modelaba en su preciosa y preciada soledad.

Ese interés por la expresión artística lo irá modelando Ripollés con la asistencia a clases nocturnas de dibujo en la “Escuela de Artes y Oficios Francisco Ribalta de Castellón”, expresión de sacrificio y compromiso por el arte que desarrollará en 1954 cuando decidirá dejarlo todo y viajar a París , la ciudad emblema de todo aquel que quisiera desarrollarse y crecer en el mundo artístico, ciudad en la que establecerá su residencia en 1963.

Y es que, como siempre ha ocurrido en nuestro país, los artistas auténticos, sinceros y comprometidos exclusivamente con el arte que nace de su interior carecen de reconocimiento alguno, ensombrecidos por los grandes nombres de artistas muchas veces mediocres que son encumbrados por sus adscripciones políticas más que por su creatividad artística, algo que ocurrió y sigue ocurriendo en el caso de Ripollés.

Efectivamente, Ripollés tendrá que salir fuera de España para perfeccionar su expresividad artística, para descubrir nuevos mundos que le permitieran expresar toda su creatividad interior, lo cual le permitirá ir haciéndose un nombre fuera de nuestro país, obteniendo progresivamente el reconocimiento artístico internacional que en España se le ha negado siempre.

A pesar de ello, y teniendo un nombre y prestigio internacionales envidiables, sobre todo en Francia y Estados Unidos, Ripollés siempre querrá volver a su España para establecerse en su tierra, para volver a sus raíces y, desde ahí, seguir creando, ya que Ripollés es un hombre de la tierra, pegado a las tradiciones y, sobre todo, a la cultura y la naturaleza mediterráneas. Así, Ripollés se establecerá en Sant Joan de Moró, en Castellón, en plena naturaleza, donde dará rienda suelta a su creatividad más honesta y sincera, como pocos son capaces de expresar.

Hoy día, Ripollés sigue siendo el gran desconocido por el gran público, arrinconado por los medios de comunicación y por los “grandes” del arte de nuestro país; tan sólo tiene el arropo de los suyos y de los valencianos, donde debemos incluir el reconocimiento por parte de las autoridades valencianas, algo que es digno de reconocer y agradecer por la apuesta de los gobernantes valencianos por un artista único que ya cuenta con el reconocimiento internacional pero que, sin embargo, en el resto de España se le niega por la “cultura oficial”.

Sin embargo, esa falta de reconocimiento en nuestro país (no así, como indicamos, en la Comunidad Valenciana, donde es toda una institución) no afecta a la creatividad de un artista que nos regala todo un imaginario de formas, colores e imágenes inspiradas en el Hombre y la naturaleza, irradiando la bondad y la honestidad de un artista único y genial.